ASTRÁGALO anuncia un nuevo llamamientos para la recepción de artículos: A41 (2026) RENATURALIZACIÓN DE LAS CIUDADES: LA PUESTA EN VALOR DEL URBAN WILDERNESS.

Envíos hasta el 15 de junio de 2026
Revisión por pares hasta el 20 de julio de 2026
Publicación en septiembre de 2026
 
El concepto de “renaturalización”, “rewilding” en inglés, apareció en la década de 1990 en el campo de las ciencias medioambientales. Con el mismo se aludía a una estrategia consistente en la reintroducción de especies vegetales silvestres y de animales salvajes en un determinado ecosistema, así como en la restauración de sus factores abióticos. Actualmente, el eje que unifica las diferentes versiones del concepto es la identificación de la renaturalización con la autosostenibilidad y la autorregulación, y el consiguiente rechazo de una gestión humana continua e intensiva de los espacios naturales.
A comienzos de este siglo, el concepto de renaturalización saltó a los estudios urbanos. En este ámbito hay que diferenciar entre la estrategia, la “renaturalización urbana”, y los lugares donde se aplica, las áreas que la literatura anglosajona denomina “urban wilderness”. Por lo que se refiere a la primera, Nausheen Masood y Alessio Russo la definen como “(…) an idea, an initiative, or an ecological strategy to bring greater diversity to an urban area by introducing native flora and fauna into the urban infrastructure[1], destacando así que el objetivo de la renaturalización urbana es potenciar la biodiversidad de las ciudades. En cuanto a los lugares donde se implementa, el ecólogo urbano Ingo Kowarik describe el urban wilderness como: “(…) places characterized by a high level of self-regulation in ecosystem processes, including population dynamics of native and nonnative species with open-ended community assembly, where direct human impacts are negligible[2]. Es decir, al igual que ocurre en las ciencias medioambientales, también la base de la renaturalización urbana es la autosostenibilidad y la autorregulación.
Para concretar qué naturalezas urbanas pueden considerarse “urban wilderness”, Kowarik define cuatro categorías que se corresponden con diferentes grados de interferencia humana: “Nature 1 represents remnants of pristine ecosystems (e.g., forests, wetlands); Nature 2 patches of agrarian or silvicultural land uses (e.g., fields, managed grasslands, cultivated forests); Nature 3 represents designed urban greenspaces (e.g., parks, gardens); and Nature 4, novel urban ecosystems (e.g., wastelands, vacant lots, heaps) that can emerge after a rupture in ecosystem development, e.g., in the wake of building activities[3]. Según Kowarik, las naturalezas que presentan un mayor nivel de autosostenibilidad y autoorganización ecosistémicas, son la primera y la cuarta[4], zonas urbanas abandonadas durante un largo periodo de tiempo y que han sido colonizadas por vegetación espontánea y fauna salvaje. Puede tratarse de retazos de maleza que crecen en los márgenes del viario; solares no edificados; infraestructuras abandonadas; áreas posindustriales plagadas de factorías y almacenes en ruina; o espacios periurbanos no edificados ni cultivados.
En los años 1970, los ecólogos urbanos comenzaron a poner en valor el urban wilderness, donde descubrieron ecosistemas mucho más biodiversos que los existentes en áreas agrícolas (segunda naturaleza) o parques urbanos tradicionales (tercera naturaleza), donde plantas y animales se ajustan la especificidad funcional del medio. Las políticas urbanísticas del siglo XX, sin embargo, consideraban estas zonas “malas hierbas” y, por ende, “anomalías” a subsanar. No es de extrañar. La defensa de la preservación del urban wilderness supone un cambio de paradigma que exige ampliar la idea de ciudad más allá de lo construido, es decir, del resultado de la planificación urbanística, para abarcar al conjunto de relaciones que humanos, animales, vegetales y minerales establecen en el entorno urbanizado. Ello plantea un difícil reto a los urbanistas: les impele a dar un paso atrás, a dejar parte de la definición de la ciudad en manos de la naturaleza. En la última década, numerosos teóricos y profesionales han asumido este reto, convencidos de que la ola de decrecimiento urbano que comenzó en la década de 1970, y que dejó atrás infinidad de áreas abandonadas, no fue pasajera, sino que se ha convertido en una componente estructural de las ciudades contemporáneas. El urban wilderness ha dejado de considerarse una anomalía, para pasar a ser contemplado como una parte integrante de la ciudad a la que puede aportar numerosos beneficios en cuestión de biodiversidad.
En este número de Astrágalo proponemos reflexionar sobre la puesta en valor del urban wilderness, sobre políticas de renaturalización urbana que no solo aspiren a alcanzar la sostenibilidad de las ciudades, sino también a reparar parte del daño que estas han causado a la naturaleza. El número invita a explorar también lecturas críticas, posturbanas y desjerarquizadoras del concepto de renaturalización, contribuciones que cuestionen la dicotomía naturaleza-ciudad y que analicen los espacios ferales, residuales o abandonados como ámbitos de emergencia de nuevas ecologías sociales, materiales y simbólicas. Las propuestas podrán abordar cómo estas naturalezas urbanas disruptivas alteran los marcos tradicionales de planificación, desafían la lógica extractiva y neoliberal de la urbanización, y permiten imaginar formas de habitar más abiertas, híbridas y no exclusivamente antropocéntricas.
 
[1] Nausheen Masood y Alessio Russo, “Community Perception of Brownfield Regeneration through Urban Rewilding”, Sustainability, 15 (4), 2023, 2.
[2] Ingo Kowarik, “Urban wilderness: Supply, demand, and access”, Urban Forestry and Urban Greening, 29 (enero), 2018, 336-47.
[3] Kowarik, “Urban wilderness”, 337.
[4] A la segunda naturaleza, las zonas rurales, Kowarik le adjudica un nivel medio; y a la tercera, los parques y jardines tradicionales, un nivel bajo.